jueves, junio 29, 2006

El evento

Entonces mi vida se desborda, da un vuelco y me llena de energía. Una lágrima recorre mi mejilla hasta precipitarse al vacío. Mi vista se torna borrosa, paso mis dedos por mis ojos para no perderme el acontecimiento. La alegría rebosa por los poros de mi piel y contagia todo el entorno. Nos miramos a los ojos, y una dulce sonrisa florece de nuestros labios. No podemos reprimir el sentimiento, y atónitos contemplamos el hecho. La habitación se inunda de colores vivos que dan vida a nuestras caras. Me extiende su mano y yo le tiendo la mía. Paso mis dedos acariciando la palma de su mano mientras nuestra atención sigue perpleja en el evento.
El júbilo sigue presente, y parece que no quiera marchar. Nosotros seguimos exánimes por miedo a que eso ocurra. Pasan los minutos y nos recreamos en el gran acontecimiento. Ninguno de los dos desea que llegue un final y disfrutamos segundo a segundo antes de que eso ocurra; es el primero de una larga lista de próximas alegrías, grandes ilusiones.
Una imperceptible pausa y emprende de nuevo; un cosquilleo avanza por mis pies, aplaca mis sentidos y me estremezco al contemplar nuevamente el gozo en la cara de mi mujer. Nuestras manos se entrelazan en un sentimiento profundo y unánime mientras mi otra mano acaricia su tripa hinchada. Al compás de sus suaves movimientos persigo lo que me hace sentir el extraordinario sentimiento, de una nueva vida.
Y ahora aquí postrado en la puerta de mi habitación, contemplo admirado a mi hijo en su moisés, como descansa plácidamente. A su lado mi mujer duerme después de una sinuosa noche de llantos. Y mientras recuerdo, sigo perplejo ante tal imagen, tal acaecimiento que se presenta ante mí proporcionándome ese cuadro de inusual lindeza, que me dan la vida.

domingo, junio 25, 2006

Juego de amor

Que bonito era soñar,
que bonito era volar,
que bonito era amar,
que bonito era pensar:
que a mi lado ibas a soñar,
que a mi lado ibas a volar,
que a mi lado ibas a amar,
que a mi lado ibas a estar.

Ahora me mata la pena soñar,
ahora me mata la pena volar,
ahora me mata la pena amar,
ahora me mata la pena pensar:
que al lado de otro vas a soñar,
que al lado de otro vas a volar,
que al lado de otro vas a amar,
que al lado de otro vas a estar.

sábado, junio 24, 2006

Mentalidad Retorcida



Ya puedes tomar impresiones de mi próxima novela "Mentalidad Retorcida".
Primeros capítulos espuestos a espera de tú mejor crítica constructiva.

Daniel González
"Por un mundo mejor..."

domingo, junio 18, 2006

Cuida de ellos

Cuida de ellos, mi Dios. Quiérelos, mi Dios.
Ámalos, mi Dios. Como ellos a mí.
Al llevártelos me dejas un gran dolor,
y por eso me es difícil tener fe,
perdóname sino confío en ti, señor,
pero yo, a ellos todo se lo entregué.
Dame una razón, mi Dios, sólo una.
una pequeña razón. ¡Señor!. ¡Por favor!,
dame una sola razón, para que la tormenta
que ruge en mi corazón apacigüe.
¿¡Por qué!?, señor...
si tú no encuentras una explicación para mí,
como voy yo a conseguirlo,
¡Dime, mi Dios!, como voy a conseguirlo.
¡Oh!, Sí. Biblia, así defines tus escritos, así es tu palabra.
¡Dios!, mi Dios, ¿dónde estás cuando se te necesita?.
¡Dime, por Dios!, ¿o es que no tengo más remedio,
no tengo más alternativa que pensar así?.
¿Disimular mis llantos,
bañándome en el consuelo de que pasan a mejor vida?.
O por el contrario,
¿qué tú me los has robado,
te los has llevado de mi lado, para tenerlos a tu vera?.
Dime señor, ¿no tienes suficientes discípulos en tu humilde morada?,
que tienes que inundarme en este dolor.
¿Acaso vas a cuidar de ellos como ellos lo han hecho por mí?.
Por favor, señor... ¡Dímelo!,
imaginar que tienes cosas más importantes,
imaginar que es ley de vida,
soñar con que siguen ahí en el cielo,
ver sus rostros en la luna llena,
como con ojos llorosos, me observan, me hablan:
-No sufras corazón, no llores más, estamos bien,
estamos orgullosos de ti-.
-Estate tranquilo cariño mío,
todo se ve más bonito desde aquí arriba,
estamos a tu lado a cada momento.
Dime, por Dios, ¡dímelo ya!.
¿Así es como debo imaginar?
¿Tengo que creer esas palabras bonitas,
que ha creado mi dolor, para calmarse asimismo?.

martes, junio 06, 2006

Frases...


Recuperando...

"Para todo mal existen dos remedios: el tiempo y el silencio" Alejandro Dumas (padre)

"Las promesas son olvidadas por los principes, jamás por los pueblos" Giuseppe Mazzini

"Si no se modera tu orgullo, él será tu mayor castigo" Dante Alighieri

"A la larga, el mejor negocio es la honradez" Gabriel Alomar

"La prosperidad de un culpable fatiga a un hombre de bien" Chambly

"El honor es la conciencia externa, y la conciencia, el honor interno" Arthur Schopenhauer

"La dulce piedad es el símbolo de la verdadera grandeza" William Shakespeare

"La experiencia no consiste en el número de cosas que se han visto, sino en el número de cosas que se han reflexionado" José María de Pereda

"Los libros que el mundo llama inmortales son libros que muestran al mundo su propia vergüenza" Oscar Wilde

"La sabiduría es la hija de la experiencia" Leonardo de Vinci

"El pobre que quiere imitar al rico es tan loco como la rana que se hinchaba para igualarse al buey" Franklin

"El estudio para aprender a vivir bien dura toda la vida" Séneca

"Es una verdad melancólica que incluso los grandes hombres tienen sus parientes pobres" Carlos Dickens

"El escepticismo no es la propiedad de las almas elevadas, sino de las inteligencias limitadas y orgullosas" Higinio Tarchetti

"Hace el ingenio alguna vez que queden las verdades sin crédito ninguno" Miguel de Cervantes

lunes, junio 05, 2006

viernes, junio 02, 2006

Un destino, la vida sigue


Eran eso de las 07:00h y comenzaba amanecer el día.
Luis, el conductor de un voluminoso autocar, tenía los párpados espesos y la cornea de unos rojizos rayos que cubrían la mayor parte de ese intenso blanco marfil que rodeaba su iris de un azul intenso y suave, que a su vez apenas se apreciaba por unas grandes pupilas negras.
Era un hombre joven de veintinueve años, pelo corto de un rubio platino. Su cuerpo era de metro setenta y ocho de altura y complexión fuerte. Luis llevaba desde los veintidós años ejerciendo el oficio de conductor de todo tipo de transportes. Comenzó haciendo repartos con un mono-volumen en una empresa de mensajería, pasando después por camiones pequeños de tres mil quinientos kilos, hasta hace apenas dos años que recibió una muy buena oferta en una agencia de transportes públicos. Realizó rutas de excursionistas de un colegio privado durante seis meses, hasta que finalmente le asignaron una ruta fija. A Luis no le asentó muy bien eso de una ruta fija, eso de una rutina diaria y lo peor de todo, que la ruta era de ocho horas y de noche.
Casi todas las noches apenas iba solo en el espacioso autocar que él conducía, pero aquel veinte de diciembre, probablemente por las vísperas de navidad, el autocar se llenó. No quedó en aquella fría noche ni una sola butaca libre. Los ocupantes eran de varias edades, desde un bebé de ocho meses hasta una anciana de alrededor de unos noventa años.
Era viernes por la noche y Luis sólo pensaba en que era su última ruta del año, quizás su último trayecto. Tenía dos maravillosos hijos y una estupenda mujer, pero su relación se estaba deteriorando por esas largas noches de rutas.
El más pequeño de sus hijos, Kim de año y medio había pasado la noche del jueves con mucha fiebre. Cuando Luis llegó por la mañana su mujer le pidió que le llevara a ver al médico donde pasaron casi toda la mañana. Después de que revisaran a su pequeño y les recetaran unos medicamentos para la gripe volvieron a casa.
Cerca de las tres de la tarde Luis terminó de comer y se tumbó a descansar. Pasó casi una hora dando vueltas hasta conseguir conciliar el sueño.
-Luis, cariño –le susurró al oído su mujer, Nadia-, son las ocho, va corazón que tienes que cenar.
Abrió lentamente los ojos, le pesaban mucho los párpados, era como si sus pestañas pesaran alrededor de quinientos gramos cada una. Se remoló, esbozó y aturdido se puso en pie. Se sentó a la mesa acompañado de su mujer e hijos. El cansancio acumulado le hacía mella, hizo un esfuerzo por sobreponerse y pasar una agradable velada con sus hijos. En apenas dos horas marcharía.
Palabras en formatos de melodía, anécdotas risueñas y mucho más, entrelazaron el momento de la cena y envolvieron a la familia en su máxima unión afable. Un acontecimiento que tardó en retornar algún que otro año.
Luis abandonó su casa dejando atrás el maravilloso mundo que lo colmaba. Una infancia deteriorada por un camicace de las carreteras le arrebató a sus padres a la temprana edad de dos años. Con el paso del tiempo y la entrada de la madurez su meta se fundió en una familia.
Antes de subir en el coche volvió la mirada y contempló su morada. Pensó en sus hijos y se quedó con sus sonrisas y el adiós cálido de su mujer. Le acompañarían en su viaje. Pronto estaría de vuelta en su pequeña orbe.

Las primeras horas del trayecto pasaron rápidamente y se desvanecieron entre el sombrío recorrido de las carreteras y un ambiente hostil del gentío. Al volante del autocar Luis escuchaba la radio, de vez en cuando se sumía en sus profundos pensamientos plasmando la viva imagen de sus hijos. Estaría de vuelta el sábado por la noche, descansaría y a la mañana llevaría a su mujer e hijos al centro comercial. Eran vísperas de Navidad, por lo que incluso siendo festivo todos los establecimientos abrían sus puertas. Era su día, sería su momento, tenía que retomar el buen cauce de su relación.
Por el carril contrario un coche deportivo adelantó a varios de un bufido y se perdió en el horizonte en segundos. Luis frunció el ceño y despotricó ante el acto en un susurro. Fijó la vista en su calzada y fue entonces cuando otro deportivo apareció en su horizonte. Todo sucedió en un instante, el camicace esquivó con una brutal maniobra a otro coche entorpeciendo el camino de Luis. El deportivo colisionó con el autocar, todo se volvió oscuro.

El sudor y el frío le despertaron de su siesta. Cuatro paredes lo separaban del mundo. Luis hizo tintinear la campanilla que albergaba sobre la mesita y al cabo de unos minutos su mujer apareció por la puerta. Acarició su cara y su pelo, sacó un pañuelo del primer cajón de la mesita y le secó el sudor de la frente.
-Tranquilo mi amor, no pasa nada –lo consoló-, es una pesadilla.
Luis se dejó mecer por su mujer durante un instante y la abrazó con todas sus fuerzas. La templanza y el cobijo de su mujer lo ayudaron a levantarse de la cama. Una vez aposentado en su silla apartó ligeramente la mano de su mujer. Agarró el frío metal que recubría el interior de las ruedas y se abrió paso hacía el comedor.
Volvía a ser víspera de Navidad. La tele estaba encendida y era lo único que daba vida a la fúnebre estancia. Sus hijos no estaban en casa. Luis pidió a su mujer que lo acompañará, tenía que hacer unos recados.

La puerta se abrió y sus hijos entraron apresuradamente, habían pasado la tarde jugando con otros amigos de la barriada con la nieve que sobrevivía en los coches de la pasada noche. Estaban deseosos por cenar. No se percataron del nuevo atuendo del recibidor y agolpándose entre si pasaron al comedor.
Luis esta en la mesa esperándoles. Vieron a su padre pero, no fueron a saludarlo. La nueva decoración los había dejado unánimes. Contemplaron la nueva iluminación de la casa, y el ambiente hostil de la Navidad. El pesebre yacía en la estantería superior del mueble como años atrás. Las luces de colores tintineaban en la estancia y el pequeño abeto daba una buena savia en un rincón.
Luis contempló sus caras, su mujer salió de la cocina y los miró. Una mirada de complicidad se cruzó entre ellos. La sonrisa emergió en sus rostros y la casa salió de su ambiente sombrío.
Luis pensó en sus padres y les oró en silencio.
“No están solos. Yo sigo aquí –pensó para sí.”

recóndito silencio...

Una felicitación desde lo más alto de un recóndito silencio...

Susana había sufrido un paro respiratorio, los médicos de urgencias se volcaron en la pequeña, la frágil y dulce niña de tan solo seis meses de vida. La sala se hizo pequeña por el tumulto de los médicos, se movían con rapidez haciendo masaje cardíaco, entubando con delicadeza y proporcionando respiración asistida... los segundos eran vitales, el corazón no reaccionaba, seguía en trance, sin latir, una muñequita en profundos sueños...
¡Un minuto!. ¡Mierda!. ¡Vamos chicos, que se nos va...!
Un minuto y medio...
Vamos, vamos pequeña...
Un minuto cuarenta segundos...
¡Responde, respira...!
El sonoro pitido continuo dejó de escucharse. En la pantalla desapareció la línea continua dejando a su paso suaves picos, la línea divulgaba por la pantalla tenuemente de arriba abajo, formando diminutas montañas; en la parte superior derecha ya se podían observar en números el latido. El temido cero había quedado atrás.
Está recuperándose... vuelve con nosotros preciosa...

La discordancia de todo aquello, fueron las secuelas que transpuso el paro; lo que la produjo un profundo retardo del psicomotor, dañando así su cerebro en un 80%.
Uno de los daños producidos fue en la percepción del habla, por lo que a la edad de 21 años lo más que puede emitir son sonidos. Camina y corre y comprende las cosas hasta cierto punto...
He convivido con mi hermana siempre en el más puro silencio, en un mundo sin palabras, pero con una comunicación increíble fruto de nuestro amor...
Por eso desde aquí quiero Felicitar a mi hermana en su ANIVERSARIO, aunque en esta tarde de septiembre vaya después hacerlo en persona y en nuestro silencio más íntimo...

Te quiero.

Mi sendero

Cálida mañana despertó sobre el galán valle almohadillado de verdor. La candente y sonriente brisa matinal desplazó las nubes dulcemente dejando despejado ese cielo azul; y fue cuando aclarecieron rayos de luz el espeso bosque, oculto en la falda de la montaña que se hospedaba en los bordes de un pantano. Se escucharon entonces los primeros cánticos del ruiseñor, divulgando como cada mañana paz y amor.
Comenzaron ha abrirse los pétalos de las amapolas recibiendo así el nuevo día. En las hojas de los árboles todavía quedaban algunas pequeñas gotas de rocío –la imagen de una fría noche-, que se iban disminuyendo a medida que la brisa agitaba las hojas; las cuales iban recorriendo la capa suave y verde de éstas, juntándose unas con otras hasta que se deslizaban llegando al borde y se precipitaban tristemente al suave y resbaladizo musgo que se asentaba al pie de los árboles...
Aromas de agua dulce que provenían del enternecedor y romántico pantano, donde se podían divisar ya a la naturaleza divina, a esos madrugadores animales bebiendo de esa agua fresca. De esas aguas tan calmadas que parecen cristalinas, como una balsa de aceite. Y allá, en aquél recóndito lugar cruza ese sendero entre dos montañas, que parece fabricado por el corte del hacha de un gigante.
Ese sendero oculto ya de maleza por el paso del tiempo...

Busco la calma



El mirador estaba desierto. Me aproximé a la barandilla y la ciudad apareció a mis pies. Barcelona a mis pies; a mi izquierda montaña, a mi derecha Montjuic y de frente el Mediterráneo. La ciudad se sumergía en un mar de luces; un mar resplandeciente que se ensanchaba hasta llegar al verdadero mar, donde el destello desaparecía y se tornaba fosco, sombrío. Sólo tenues ráfagas de algún barco pesquero. El tráfico apenas era visible. La tranquilidad se respira aquí arriba. Los árboles silban una melodía al compás del zumbido del viento. Las ramas de éstos se estremecen y parecen ronronear como un felino.
Me gusta subir aquí. Cuando no puedo dormir, cuando el día ha sido estresante, me gusta venir aquí. Desde lo alto de este peñasco, donde la ciudad está a tus pies, el susurro no es más que un sordo bramido de la brisa. El ruido no existe aquí arriba. Es placentero.
Mi compañía se basa en lo que aquí se percibe, mi compañero más fiel, el silencio. En una grata disciplina de deseos y rencores, de placeres de un mundo que ya ha dejado de serlo, de algo que no puede ser mi mundo. El estrés es la tilde de nuestras vidas, o mejor nuestro acento más abierto. Antaño fue la pobreza y el hambre, las guerras, los dictadores, el poder...; últimamente los efectos climatológicos... -¿y después?.
Me siento en mi peñasco y contemplo lo que admiro, disfruto de este silencio sordo y dejo que la brisa siga azotándome en el rostro. Observo la ciudad y dejo por un momento el día; me apiado de la Luna que en lo alto enaltece y contemplo el camino serpenteante que dibuja en el oscuro baño de agua. Y en mis sueños me asumo y doy un paso al frente y me adentro en el camino blanco que se tambalea suavemente por el viento que forma la ola. Lucho a contracorriente y me anego en mi pesar, donde busco la calma de un largo día.