domingo, diciembre 10, 2006

FELIZ NAVIDAD

La gente pasa a su alrededor y él sigue su rumbo al abismo, se frena delante de las puertas metálicas de un resplandeciente cromado que reflejan su diminuta figura. Permanece allí parado, observando al nuevo amigo que se le proyecta, al principio no distingue la realidad y palmea repetidamente las puertas. Al momento para y se ladea mirando fijamente su propio reflejo, primero sonríe llanamente y seguidamente a carcajadas se divierte con su propio yo. Sólo percibe –no aprecia a darse cuenta de que es él mismo-, que alguien repite sus gestos.
Las puertas se abren y el pequeño Pau se asusta. El insignificante sobresalto le hace padecer, y al flaquearle sus tiernas articulaciones cae sentado de culo. Un enorme espejo en el interior del cubículo le muestra su figura. Se incorpora a cuatro patas y se adentra a palpar el espejo. Sus manos se unen con dóciles golpes que propina en el cristal. Las puertas se cierran y el cubículo se mueve. Pau no lo percibe.
El ascensor se para bruscamente y el muchachito se pone de pie ayudándose con las manos en el frío espejo. Cuatro personas se adentran en el hueco y Pau desaparece esquivando sus piernas.
Un nuevo espacio se le presenta, su vista recorre todo el perímetro ambos lados. Se percata de que todo es distinto. <>.
Da media vuelta y se adentra en el gentío. En un primer instante permanece estático y mira ambos lados buscando a su madre. No la ve. Nota su ausencia por un momento se da cuenta de que necesita su compañía. Avanza por la marabunta de piernas que lo rodean y se deja llevar. Su cara despavorida amenaza con estallar y propagar sus sonoros llantos en la inmensa sala del centro comercial donde se encuentra. Pero no lo hace.
La navidad se aproxima y los centros se adecuan al gran acontecimiento. Un inmenso abeto se alza hasta lo más alto en el centro del comercio. Donde un gran circulo recoge un espacio central, un punto de encuentro o partida. Los posibles sollozos que se avecinaban en el rostro de Pau desvanecen al instante. La inmensa oda de luces que se aposenta frente a él lo neutraliza. En esos momentos en su cabeza solamente existe el abeto repleto de sus tintineantes colores. Hace tan solo cinco o como mucho diez minutos se encontraba a las faldas de su madre en una tienda repleta de juguetes y diversidades.
Pau daba tirones de la falda de su madre exigiendo mera atención que no llegaba. Su madre embaucada con la dependienta tan solo decía:
-Pau estate quieto –y seguidamente-. No te muevas de mi lado.
Había recorrido la tienda palmo a palmo, juguete a juguete. Entreteniéndose con todo aquel artefacto que encontraba a su alcance.
<> se había dicho Pau en el momento que se abrieron las puertas del ascensor y repetidas veces mientras caminaba exhorto entre el gentío. Sin embargo ahora no se acordaba del hecho. Ahora no pensaba en nada más, todos los miedos y su entorno pasó a un segundo plano, nada existía, nada ocurría en su humilde entorno.
La muchedumbre pasaba por su lado y al parecer su mayor preocupación era la de no chocar con el muchachito. Los había con prisas que no podían permitirse el lujo de perder un segundo a observar si iba acompañado. Y los otros, aquéllos que paseaban con sus preocupaciones y se decían que tenían bastante con las suyas.
Gracias a todos ellos Pau pudo seguir avanzando sin que nadie lo detuviera. Anduvo los metros necesarios con su peculiar caminar hasta llegar frente al enorme abeto. Nadie entorpeció su llegada.
Se encontraba en la primera planta del recinto y una valla de cristal ahumado lo separaba de su destino. Apoyado en el frío cristal chafó su cara contemplando el acontecimiento. Vio otros niños que alzaban la cabeza para ver la densidad de todo aquello. Pau quería llegar allí.
Su madre pertenecía al grupo de personas que van de aquí para allá, sin prestar atención, al grupo de las prisas. Al llegar al centro comercial Pau y su madre habían pasado por delante del abeto pero ésta no le otorgó unos minutos de su tiempo, tenían prisa, luego volverían a ver el árbol. Pau pasó los próximos cinco minutos con un estruendoso berrinche. Una queja que se alzó hacía el cielo y quedó en vano.
Una muchacha joven se acercó y se apoyó en la barandilla. Agachó la cabeza y contempló al pequeño Pau.
-Es bonito. ¿Te gusta, verdad? –le dijo con la mirada fija en el árbol.
Pau asintió con la mirada. La muchacha le acarició el pelo en un revuelo y sonrió. Después se despidió y dio media vuelta adentrándose en el gentío. No podía percatarse si iba acompañado, ya tenía sus propias preocupaciones.
Sin apartar la vista del abeto comenzó a recorrer la valla de cristal. El rastro de sus dedos lo perseguía por el cristal. Llegó al final de la valla y descendió por las escaleras que le abrían el paso a la planta baja, a su destino.
Bajó torpemente ayudándose de una pequeña repisa que acompañaba cada tramo de escalera. Estaba muy cerca de su destino, lo estaba logrando. En ese momento se percató de la música que sonaba a través del hilo musical del recinto. Justo donde se encontraba ahora, se escuchaban los alegres villancicos, el tumulto de la gente había ahogado la alegre melodía todo el tiempo.
Contemplando el abeto desde allí, comenzó a mover su cabeza y sus manos con ademanes muy graciosos. Pau estaba bailando. Sonreía con la dulce sonrisa de un niño; lo que era.
Un hombre topó con él e interrumpió su danza.
-Perdona chaval.
Y siguió a lo suyo. No hubo nada más.
Pau se aproximó a la cinta moteada de color rojo que rodeaba el colosal abeto. Ahora contemplaba la magnitud de todo aquello. Con la palma de su mano acariciando la cinta, bordeó todo percibiendo cada detalle. Al llegar al punto de partida se encontró con una niña que contemplaba el abeto. Por la estatura venía a tener la misma edad que él. La miró fijamente y cuando ésta lo advirtió sonrió. No hizo falta más.
Un simple gesto, una mirada dulce y amorosa, una comunicación tierna que los unió ante aquél admirable abeto. Los niños no necesitaban más para hacerse entender. Sus suaves y graciosas manitas se entrelazaron. Al poco tiempo otro niño se aproximó y se puso al lado de Pau. El muchachito lo miró y le alzó la mano, el nuevo hombrecito la estrechó. Poco a poco llegaron más niños y fueron entrelazándose entre sí.

Antes de entrar en la oficina me he parado a fumar un cigarro, mientras contemplo desde lo lejos el abeto que se alza en su plenitud en el centro. Me dispongo a entrar por la puerta que da paso a las oficinas que se aposentan encima del centro comercial cuando diviso a varios niños a pie del árbol. Imagino que el centro ha organizado alguna actividad infantil. Apago el cigarro en el cenicero que hay apoyado en un pilar. Al darme la vuelta a lo lejos veo a una mujer que divaga por la multitud, alarmada mira hacía todos lados. Por un momento no se que ocurre hasta que percibo que ha perdido a su hijo.
Miro ambos lados y me percato de que varios padres comienzan ha seguir el mismo ritual de la madre. Algunos hablan entre ellos y alzan las manos hacía el cielo. Extrañado ante el espectáculo no se me ocurre nada. En ese momento una de las madres avanza velozmente en dirección del epicentro del recinto, donde se aposenta el abeto. Los demás siguen el ritual. El grupo de padres se aproxima hasta que uno de ellos abre sus brazos horizontalmente y se detienen a escasos centímetros de los muchachos. Cada padre y madre se sitúan detrás de su pequeño y entrelazan sus manos.
A los pocos segundos el murmullo insoportable del gentío desvanece. Los villancicos se escuchan con claridad en el recinto. Apoyado en el pilar donde descansa el cenicero enciendo otro cigarrillo y contemplo como padres y niños se unen a la melodía que suena. Contemplo el evento pensando en que han conseguido la atención de sus mayores, de una forma inusual y sencilla acaparar la atención de todos. Como el instinto de un niño consigue su cometido sin más vacilaciones que su propia carismática existencia. Y es que la inocencia de un niño desaparece con el paso del tiempo...
Una sonrisa que hacía mucho tiempo no aparecía se refleja en mi rostro. Un cosquilleo se apodera de mí mientras observo la lección de humanidad que sin saberlo, nos exponen.
-Feliz Navidad –digo en un susurro.

viernes, diciembre 08, 2006

Recuerdos del pasado

En los brazos de la noche me entregué aquel día,
con el corazón roto y lleno de melancolía;
permanecía inmóvil, asombrado,
con recuerdos felices del pasado…
El camino largo y oscuro de la soledad
apareció frente a mí,
enseñándome la cara oculta de mi corazón.
Crucé el amplio sendero de la tristeza
desfilando ante mí sus recuerdos,
sus vivas imágenes de nuestro pasado...
Apareciendo en la penumbra de un camino vacío,
con la calma de la silenciosa paz,
luchando contra el pasado reluciente,
intentando vivir en el presente,
asustado por no poder controlar mis sentimientos,
comencé a correr sin sentido,
huyendo de mi sufrimiento.
Me encerré yo solo con el tiempo,
sintiéndome como un fracasado
a oscuras de la vida,
me llegó mi hora y,
dormí eternamente,
con mis recuerdos del pasado...

lunes, septiembre 11, 2006

Una madre

Una larga vida va quedando detrás de ti
mil y una batallas has vencido
caminos oscuros,
desniveles en forma ascendente,
esfuerzos, disgustos y contrariedades...
tú que has luchado por la estabilidad
la tuya y la de los demás
no dejes escapar un presente
pensando en un futuro
no maldigas unas muerte que no ha llegado
disfruta el momento que ha pasado
date ese capricho que deseas
vive tu vida como tu quieras
y sino que vengan a mí y me digan,
que madre que da una vida
y la paga con la suya,
no tiene derecho;
tiene ese y muchos más.
Madre, tú que nos has dado amor
que jamás contigo nada nos ha faltado
madre, tú que has luchado
en las batallas que nosotras hemos pasado
madre, acaricia el pasado,
vive el día de hoy
y sueña con el mañana.
Pues ha nosotras ya nos has criado...
No temas el día de mañana
pues, ahora te preguntamos:
-Madre, ¿alguna vez nos has fallado?.
Entonces no temas madre
el amor que nos has dado
es pasado, presente y futuro
en nuestras personas
y hasta el día de nuestros fines perdurará
y recuerda que tu lucha no es en vano,
recuerda que
tu persona en nuestros pensamientos
siempre vivirá,
recuerda que
tu presencia en nuestro corazón
siempre será un ORGULLO.

miércoles, agosto 09, 2006

Busco la calma

El mirador estaba desierto. Me aproximé a la barandilla y la ciudad apareció a mis pies. Barcelona a mis pies; a mi izquierda montaña, a mi derecha Montjuic y de frente el Mediterráneo. La ciudad se sumergía en un mar de luces; un mar resplandeciente que se ensanchaba hasta llegar al verdadero mar, donde el destello desaparecía y se tornaba fosco, sombrío. Sólo tenues ráfagas de algún barco pesquero. El tráfico apenas era visible. La tranquilidad se respira aquí arriba. Los árboles silban una melodía al compás del zumbido del viento. Las ramas de éstos se estremecen y parecen ronronear como un felino.
Me gusta subir aquí. Cuando no puedo dormir, cuando el día ha sido estresante, me gusta venir aquí. Desde lo alto de este peñasco, donde la ciudad está a tus pies, el susurro no es más que un sordo bramido de la brisa. El ruido no existe aquí arriba. Es placentero.
Mi compañía se basa en lo que aquí se percibe, mi compañero más fiel, el silencio. En una grata disciplina de deseos y rencores, de placeres de un mundo que ya ha dejado de serlo, de algo que no puede ser mi mundo. El estrés es la tilde de nuestras vidas, o mejor nuestro acento más abierto. Antaño fue la pobreza y el hambre, las guerras, los dictadores, el poder...; últimamente los efectos climatológicos... -¿y después?.
Me siento en mi peñasco y contemplo lo que admiro, disfruto de este silencio sordo y dejo que la brisa siga azotándome en el rostro. Observo la ciudad y dejo por un momento el día; me apiado de la Luna que en lo alto enaltece y contemplo el camino serpenteante que dibuja en el oscuro baño de agua. Y en mis sueños me asumo y doy un paso al frente y me adentro en el camino blanco que se tambalea suavemente por el viento que forma la ola. Lucho a contracorriente y me anego en mi pesar, donde busco la calma de un largo día.

miércoles, agosto 02, 2006

Ya a la venta

Ya está disponible mi obra "Mi mejor amigo"
Pedido: Mi mejor amigo

viernes, julio 14, 2006

MI MEJOR AMIGO



SIPNOSIS
Se narra la historia de Joel, un niño de diez años, cuya infancia ha quedado marcada por el alcoholismo y la violencia ejercida por su padre, que llega a agredir a su familia físicamente. Sin embargo Joel consigue refugiarse en la inocencia de su hermana pequeña, de seis meses, y la vida tranquila de sus abuelos, con los que pasa los fines de semana.
Un día acompaña a sus abuelos a visitar a una amiga de ellos, Cecilia, y los hechos empezarán a desencadenarse a partir de este momento. Encuentran a ésta inconsciente en el patio de su casa, en esos instantes el niño no puede comprender que esta mujer ha tenido un papel fundamental en la vida de su tío abuelo, algo que descubrirá de forma casual tras el hallazgo de una carta que le permitirá desentrañar la historia de amor entre Cecilia y Ernesto...




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jueves, junio 29, 2006

El evento

Entonces mi vida se desborda, da un vuelco y me llena de energía. Una lágrima recorre mi mejilla hasta precipitarse al vacío. Mi vista se torna borrosa, paso mis dedos por mis ojos para no perderme el acontecimiento. La alegría rebosa por los poros de mi piel y contagia todo el entorno. Nos miramos a los ojos, y una dulce sonrisa florece de nuestros labios. No podemos reprimir el sentimiento, y atónitos contemplamos el hecho. La habitación se inunda de colores vivos que dan vida a nuestras caras. Me extiende su mano y yo le tiendo la mía. Paso mis dedos acariciando la palma de su mano mientras nuestra atención sigue perpleja en el evento.
El júbilo sigue presente, y parece que no quiera marchar. Nosotros seguimos exánimes por miedo a que eso ocurra. Pasan los minutos y nos recreamos en el gran acontecimiento. Ninguno de los dos desea que llegue un final y disfrutamos segundo a segundo antes de que eso ocurra; es el primero de una larga lista de próximas alegrías, grandes ilusiones.
Una imperceptible pausa y emprende de nuevo; un cosquilleo avanza por mis pies, aplaca mis sentidos y me estremezco al contemplar nuevamente el gozo en la cara de mi mujer. Nuestras manos se entrelazan en un sentimiento profundo y unánime mientras mi otra mano acaricia su tripa hinchada. Al compás de sus suaves movimientos persigo lo que me hace sentir el extraordinario sentimiento, de una nueva vida.
Y ahora aquí postrado en la puerta de mi habitación, contemplo admirado a mi hijo en su moisés, como descansa plácidamente. A su lado mi mujer duerme después de una sinuosa noche de llantos. Y mientras recuerdo, sigo perplejo ante tal imagen, tal acaecimiento que se presenta ante mí proporcionándome ese cuadro de inusual lindeza, que me dan la vida.

domingo, junio 25, 2006

Juego de amor

Que bonito era soñar,
que bonito era volar,
que bonito era amar,
que bonito era pensar:
que a mi lado ibas a soñar,
que a mi lado ibas a volar,
que a mi lado ibas a amar,
que a mi lado ibas a estar.

Ahora me mata la pena soñar,
ahora me mata la pena volar,
ahora me mata la pena amar,
ahora me mata la pena pensar:
que al lado de otro vas a soñar,
que al lado de otro vas a volar,
que al lado de otro vas a amar,
que al lado de otro vas a estar.

sábado, junio 24, 2006

Mentalidad Retorcida



Ya puedes tomar impresiones de mi próxima novela "Mentalidad Retorcida".
Primeros capítulos espuestos a espera de tú mejor crítica constructiva.

Daniel González
"Por un mundo mejor..."

domingo, junio 18, 2006

Cuida de ellos

Cuida de ellos, mi Dios. Quiérelos, mi Dios.
Ámalos, mi Dios. Como ellos a mí.
Al llevártelos me dejas un gran dolor,
y por eso me es difícil tener fe,
perdóname sino confío en ti, señor,
pero yo, a ellos todo se lo entregué.
Dame una razón, mi Dios, sólo una.
una pequeña razón. ¡Señor!. ¡Por favor!,
dame una sola razón, para que la tormenta
que ruge en mi corazón apacigüe.
¿¡Por qué!?, señor...
si tú no encuentras una explicación para mí,
como voy yo a conseguirlo,
¡Dime, mi Dios!, como voy a conseguirlo.
¡Oh!, Sí. Biblia, así defines tus escritos, así es tu palabra.
¡Dios!, mi Dios, ¿dónde estás cuando se te necesita?.
¡Dime, por Dios!, ¿o es que no tengo más remedio,
no tengo más alternativa que pensar así?.
¿Disimular mis llantos,
bañándome en el consuelo de que pasan a mejor vida?.
O por el contrario,
¿qué tú me los has robado,
te los has llevado de mi lado, para tenerlos a tu vera?.
Dime señor, ¿no tienes suficientes discípulos en tu humilde morada?,
que tienes que inundarme en este dolor.
¿Acaso vas a cuidar de ellos como ellos lo han hecho por mí?.
Por favor, señor... ¡Dímelo!,
imaginar que tienes cosas más importantes,
imaginar que es ley de vida,
soñar con que siguen ahí en el cielo,
ver sus rostros en la luna llena,
como con ojos llorosos, me observan, me hablan:
-No sufras corazón, no llores más, estamos bien,
estamos orgullosos de ti-.
-Estate tranquilo cariño mío,
todo se ve más bonito desde aquí arriba,
estamos a tu lado a cada momento.
Dime, por Dios, ¡dímelo ya!.
¿Así es como debo imaginar?
¿Tengo que creer esas palabras bonitas,
que ha creado mi dolor, para calmarse asimismo?.

martes, junio 06, 2006

Frases...


Recuperando...

"Para todo mal existen dos remedios: el tiempo y el silencio" Alejandro Dumas (padre)

"Las promesas son olvidadas por los principes, jamás por los pueblos" Giuseppe Mazzini

"Si no se modera tu orgullo, él será tu mayor castigo" Dante Alighieri

"A la larga, el mejor negocio es la honradez" Gabriel Alomar

"La prosperidad de un culpable fatiga a un hombre de bien" Chambly

"El honor es la conciencia externa, y la conciencia, el honor interno" Arthur Schopenhauer

"La dulce piedad es el símbolo de la verdadera grandeza" William Shakespeare

"La experiencia no consiste en el número de cosas que se han visto, sino en el número de cosas que se han reflexionado" José María de Pereda

"Los libros que el mundo llama inmortales son libros que muestran al mundo su propia vergüenza" Oscar Wilde

"La sabiduría es la hija de la experiencia" Leonardo de Vinci

"El pobre que quiere imitar al rico es tan loco como la rana que se hinchaba para igualarse al buey" Franklin

"El estudio para aprender a vivir bien dura toda la vida" Séneca

"Es una verdad melancólica que incluso los grandes hombres tienen sus parientes pobres" Carlos Dickens

"El escepticismo no es la propiedad de las almas elevadas, sino de las inteligencias limitadas y orgullosas" Higinio Tarchetti

"Hace el ingenio alguna vez que queden las verdades sin crédito ninguno" Miguel de Cervantes

lunes, junio 05, 2006

viernes, junio 02, 2006

Un destino, la vida sigue


Eran eso de las 07:00h y comenzaba amanecer el día.
Luis, el conductor de un voluminoso autocar, tenía los párpados espesos y la cornea de unos rojizos rayos que cubrían la mayor parte de ese intenso blanco marfil que rodeaba su iris de un azul intenso y suave, que a su vez apenas se apreciaba por unas grandes pupilas negras.
Era un hombre joven de veintinueve años, pelo corto de un rubio platino. Su cuerpo era de metro setenta y ocho de altura y complexión fuerte. Luis llevaba desde los veintidós años ejerciendo el oficio de conductor de todo tipo de transportes. Comenzó haciendo repartos con un mono-volumen en una empresa de mensajería, pasando después por camiones pequeños de tres mil quinientos kilos, hasta hace apenas dos años que recibió una muy buena oferta en una agencia de transportes públicos. Realizó rutas de excursionistas de un colegio privado durante seis meses, hasta que finalmente le asignaron una ruta fija. A Luis no le asentó muy bien eso de una ruta fija, eso de una rutina diaria y lo peor de todo, que la ruta era de ocho horas y de noche.
Casi todas las noches apenas iba solo en el espacioso autocar que él conducía, pero aquel veinte de diciembre, probablemente por las vísperas de navidad, el autocar se llenó. No quedó en aquella fría noche ni una sola butaca libre. Los ocupantes eran de varias edades, desde un bebé de ocho meses hasta una anciana de alrededor de unos noventa años.
Era viernes por la noche y Luis sólo pensaba en que era su última ruta del año, quizás su último trayecto. Tenía dos maravillosos hijos y una estupenda mujer, pero su relación se estaba deteriorando por esas largas noches de rutas.
El más pequeño de sus hijos, Kim de año y medio había pasado la noche del jueves con mucha fiebre. Cuando Luis llegó por la mañana su mujer le pidió que le llevara a ver al médico donde pasaron casi toda la mañana. Después de que revisaran a su pequeño y les recetaran unos medicamentos para la gripe volvieron a casa.
Cerca de las tres de la tarde Luis terminó de comer y se tumbó a descansar. Pasó casi una hora dando vueltas hasta conseguir conciliar el sueño.
-Luis, cariño –le susurró al oído su mujer, Nadia-, son las ocho, va corazón que tienes que cenar.
Abrió lentamente los ojos, le pesaban mucho los párpados, era como si sus pestañas pesaran alrededor de quinientos gramos cada una. Se remoló, esbozó y aturdido se puso en pie. Se sentó a la mesa acompañado de su mujer e hijos. El cansancio acumulado le hacía mella, hizo un esfuerzo por sobreponerse y pasar una agradable velada con sus hijos. En apenas dos horas marcharía.
Palabras en formatos de melodía, anécdotas risueñas y mucho más, entrelazaron el momento de la cena y envolvieron a la familia en su máxima unión afable. Un acontecimiento que tardó en retornar algún que otro año.
Luis abandonó su casa dejando atrás el maravilloso mundo que lo colmaba. Una infancia deteriorada por un camicace de las carreteras le arrebató a sus padres a la temprana edad de dos años. Con el paso del tiempo y la entrada de la madurez su meta se fundió en una familia.
Antes de subir en el coche volvió la mirada y contempló su morada. Pensó en sus hijos y se quedó con sus sonrisas y el adiós cálido de su mujer. Le acompañarían en su viaje. Pronto estaría de vuelta en su pequeña orbe.

Las primeras horas del trayecto pasaron rápidamente y se desvanecieron entre el sombrío recorrido de las carreteras y un ambiente hostil del gentío. Al volante del autocar Luis escuchaba la radio, de vez en cuando se sumía en sus profundos pensamientos plasmando la viva imagen de sus hijos. Estaría de vuelta el sábado por la noche, descansaría y a la mañana llevaría a su mujer e hijos al centro comercial. Eran vísperas de Navidad, por lo que incluso siendo festivo todos los establecimientos abrían sus puertas. Era su día, sería su momento, tenía que retomar el buen cauce de su relación.
Por el carril contrario un coche deportivo adelantó a varios de un bufido y se perdió en el horizonte en segundos. Luis frunció el ceño y despotricó ante el acto en un susurro. Fijó la vista en su calzada y fue entonces cuando otro deportivo apareció en su horizonte. Todo sucedió en un instante, el camicace esquivó con una brutal maniobra a otro coche entorpeciendo el camino de Luis. El deportivo colisionó con el autocar, todo se volvió oscuro.

El sudor y el frío le despertaron de su siesta. Cuatro paredes lo separaban del mundo. Luis hizo tintinear la campanilla que albergaba sobre la mesita y al cabo de unos minutos su mujer apareció por la puerta. Acarició su cara y su pelo, sacó un pañuelo del primer cajón de la mesita y le secó el sudor de la frente.
-Tranquilo mi amor, no pasa nada –lo consoló-, es una pesadilla.
Luis se dejó mecer por su mujer durante un instante y la abrazó con todas sus fuerzas. La templanza y el cobijo de su mujer lo ayudaron a levantarse de la cama. Una vez aposentado en su silla apartó ligeramente la mano de su mujer. Agarró el frío metal que recubría el interior de las ruedas y se abrió paso hacía el comedor.
Volvía a ser víspera de Navidad. La tele estaba encendida y era lo único que daba vida a la fúnebre estancia. Sus hijos no estaban en casa. Luis pidió a su mujer que lo acompañará, tenía que hacer unos recados.

La puerta se abrió y sus hijos entraron apresuradamente, habían pasado la tarde jugando con otros amigos de la barriada con la nieve que sobrevivía en los coches de la pasada noche. Estaban deseosos por cenar. No se percataron del nuevo atuendo del recibidor y agolpándose entre si pasaron al comedor.
Luis esta en la mesa esperándoles. Vieron a su padre pero, no fueron a saludarlo. La nueva decoración los había dejado unánimes. Contemplaron la nueva iluminación de la casa, y el ambiente hostil de la Navidad. El pesebre yacía en la estantería superior del mueble como años atrás. Las luces de colores tintineaban en la estancia y el pequeño abeto daba una buena savia en un rincón.
Luis contempló sus caras, su mujer salió de la cocina y los miró. Una mirada de complicidad se cruzó entre ellos. La sonrisa emergió en sus rostros y la casa salió de su ambiente sombrío.
Luis pensó en sus padres y les oró en silencio.
“No están solos. Yo sigo aquí –pensó para sí.”

recóndito silencio...

Una felicitación desde lo más alto de un recóndito silencio...

Susana había sufrido un paro respiratorio, los médicos de urgencias se volcaron en la pequeña, la frágil y dulce niña de tan solo seis meses de vida. La sala se hizo pequeña por el tumulto de los médicos, se movían con rapidez haciendo masaje cardíaco, entubando con delicadeza y proporcionando respiración asistida... los segundos eran vitales, el corazón no reaccionaba, seguía en trance, sin latir, una muñequita en profundos sueños...
¡Un minuto!. ¡Mierda!. ¡Vamos chicos, que se nos va...!
Un minuto y medio...
Vamos, vamos pequeña...
Un minuto cuarenta segundos...
¡Responde, respira...!
El sonoro pitido continuo dejó de escucharse. En la pantalla desapareció la línea continua dejando a su paso suaves picos, la línea divulgaba por la pantalla tenuemente de arriba abajo, formando diminutas montañas; en la parte superior derecha ya se podían observar en números el latido. El temido cero había quedado atrás.
Está recuperándose... vuelve con nosotros preciosa...

La discordancia de todo aquello, fueron las secuelas que transpuso el paro; lo que la produjo un profundo retardo del psicomotor, dañando así su cerebro en un 80%.
Uno de los daños producidos fue en la percepción del habla, por lo que a la edad de 21 años lo más que puede emitir son sonidos. Camina y corre y comprende las cosas hasta cierto punto...
He convivido con mi hermana siempre en el más puro silencio, en un mundo sin palabras, pero con una comunicación increíble fruto de nuestro amor...
Por eso desde aquí quiero Felicitar a mi hermana en su ANIVERSARIO, aunque en esta tarde de septiembre vaya después hacerlo en persona y en nuestro silencio más íntimo...

Te quiero.

Mi sendero

Cálida mañana despertó sobre el galán valle almohadillado de verdor. La candente y sonriente brisa matinal desplazó las nubes dulcemente dejando despejado ese cielo azul; y fue cuando aclarecieron rayos de luz el espeso bosque, oculto en la falda de la montaña que se hospedaba en los bordes de un pantano. Se escucharon entonces los primeros cánticos del ruiseñor, divulgando como cada mañana paz y amor.
Comenzaron ha abrirse los pétalos de las amapolas recibiendo así el nuevo día. En las hojas de los árboles todavía quedaban algunas pequeñas gotas de rocío –la imagen de una fría noche-, que se iban disminuyendo a medida que la brisa agitaba las hojas; las cuales iban recorriendo la capa suave y verde de éstas, juntándose unas con otras hasta que se deslizaban llegando al borde y se precipitaban tristemente al suave y resbaladizo musgo que se asentaba al pie de los árboles...
Aromas de agua dulce que provenían del enternecedor y romántico pantano, donde se podían divisar ya a la naturaleza divina, a esos madrugadores animales bebiendo de esa agua fresca. De esas aguas tan calmadas que parecen cristalinas, como una balsa de aceite. Y allá, en aquél recóndito lugar cruza ese sendero entre dos montañas, que parece fabricado por el corte del hacha de un gigante.
Ese sendero oculto ya de maleza por el paso del tiempo...

Busco la calma



El mirador estaba desierto. Me aproximé a la barandilla y la ciudad apareció a mis pies. Barcelona a mis pies; a mi izquierda montaña, a mi derecha Montjuic y de frente el Mediterráneo. La ciudad se sumergía en un mar de luces; un mar resplandeciente que se ensanchaba hasta llegar al verdadero mar, donde el destello desaparecía y se tornaba fosco, sombrío. Sólo tenues ráfagas de algún barco pesquero. El tráfico apenas era visible. La tranquilidad se respira aquí arriba. Los árboles silban una melodía al compás del zumbido del viento. Las ramas de éstos se estremecen y parecen ronronear como un felino.
Me gusta subir aquí. Cuando no puedo dormir, cuando el día ha sido estresante, me gusta venir aquí. Desde lo alto de este peñasco, donde la ciudad está a tus pies, el susurro no es más que un sordo bramido de la brisa. El ruido no existe aquí arriba. Es placentero.
Mi compañía se basa en lo que aquí se percibe, mi compañero más fiel, el silencio. En una grata disciplina de deseos y rencores, de placeres de un mundo que ya ha dejado de serlo, de algo que no puede ser mi mundo. El estrés es la tilde de nuestras vidas, o mejor nuestro acento más abierto. Antaño fue la pobreza y el hambre, las guerras, los dictadores, el poder...; últimamente los efectos climatológicos... -¿y después?.
Me siento en mi peñasco y contemplo lo que admiro, disfruto de este silencio sordo y dejo que la brisa siga azotándome en el rostro. Observo la ciudad y dejo por un momento el día; me apiado de la Luna que en lo alto enaltece y contemplo el camino serpenteante que dibuja en el oscuro baño de agua. Y en mis sueños me asumo y doy un paso al frente y me adentro en el camino blanco que se tambalea suavemente por el viento que forma la ola. Lucho a contracorriente y me anego en mi pesar, donde busco la calma de un largo día.