viernes, junio 02, 2006

Busco la calma



El mirador estaba desierto. Me aproximé a la barandilla y la ciudad apareció a mis pies. Barcelona a mis pies; a mi izquierda montaña, a mi derecha Montjuic y de frente el Mediterráneo. La ciudad se sumergía en un mar de luces; un mar resplandeciente que se ensanchaba hasta llegar al verdadero mar, donde el destello desaparecía y se tornaba fosco, sombrío. Sólo tenues ráfagas de algún barco pesquero. El tráfico apenas era visible. La tranquilidad se respira aquí arriba. Los árboles silban una melodía al compás del zumbido del viento. Las ramas de éstos se estremecen y parecen ronronear como un felino.
Me gusta subir aquí. Cuando no puedo dormir, cuando el día ha sido estresante, me gusta venir aquí. Desde lo alto de este peñasco, donde la ciudad está a tus pies, el susurro no es más que un sordo bramido de la brisa. El ruido no existe aquí arriba. Es placentero.
Mi compañía se basa en lo que aquí se percibe, mi compañero más fiel, el silencio. En una grata disciplina de deseos y rencores, de placeres de un mundo que ya ha dejado de serlo, de algo que no puede ser mi mundo. El estrés es la tilde de nuestras vidas, o mejor nuestro acento más abierto. Antaño fue la pobreza y el hambre, las guerras, los dictadores, el poder...; últimamente los efectos climatológicos... -¿y después?.
Me siento en mi peñasco y contemplo lo que admiro, disfruto de este silencio sordo y dejo que la brisa siga azotándome en el rostro. Observo la ciudad y dejo por un momento el día; me apiado de la Luna que en lo alto enaltece y contemplo el camino serpenteante que dibuja en el oscuro baño de agua. Y en mis sueños me asumo y doy un paso al frente y me adentro en el camino blanco que se tambalea suavemente por el viento que forma la ola. Lucho a contracorriente y me anego en mi pesar, donde busco la calma de un largo día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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